La industria del automóvil está viviendo una situación crítica. A la conocida crisis de suministro que vive la actividad, con los microchips como factor limitante de la producción, ahora se suma el aumento desmesurado del precio de las materias primas y el combustible. Un escenario en el que los fabricantes de camiones no pueden construir tantos vehículos pesados como su capacidad productiva indica, lo que condiciona los pedidos de los clientes y las entregas de los propios camiones, ya que los retrasos no dejan de acumularse.
De hecho, los fabricantes y las empresas consultoras aseguran que toda la producción de 2022 de camiones a nivel europeo ya está asignada, sin ni siquiera cubrir la demanda de los clientes. En otras palabras, los camiones ya se han agotado y las entregas serán reducidas, porque la mayoría de estos vehículos pesados ya se han matriculado. Por eso, los fabricantes empiezan a resignarse y dar plazos de entrega más grandes, destinados a 2023. Incluso algunas marcas valoran empezar a aceptar pedidos para 2024.
A pesar del debilitamiento de la economía, la demanda de camiones sigue siendo muy alta. Los pedidos se acumulan y la situación de entrega empeora, lo que dibuja este escenario complejo para el sector. La acumulación de pedidos es enorme por los cuellos de botella en la entrega de microchips y semiconductores, pero también por la incertidumbre que existe en las cadenas de suministro. El confinamiento que viven ciertas regiones y ciudades de China complica todo un poco más, rompiendo con cualquier tipo de predicción.
En este escenario, hay fabricantes que se están moviendo mejor que otros, tanto a la hora de atender la demanda de sus clientes como a la hora de rentabilizar sus movimientos y la propia producción de sus camiones. En este sentido, Volvo es la marca más rentable, mientras que firmas como Daimler o Traton tienen deberes por hacer para mejorar su situación. Nadie se acerca al margen de beneficio operativo de Volvo del 12,5%.